Por Agustina Capelino.
En la actualidad parece que para muchos y muchas hablar de género es una moda o queda bien socialmente y la inclusión y la no discriminación pasan a ser parte de un discurso políticamente correcto, pero a la hora de la acción es otro el cantar. A su vez parece ser que la cuestión de género (en las mujeres) solo tiene que ver con la violencia y en su mayor expresión el feminicidio, y no se cala hondo en las actitudes o accionares más cotidianas que conforman los eslabones de la cadena machista que nos oprime, cosifica y sexualiza a los cuerpos feminizados día a día y esto incluye también a las niñas.
Al invisibilizarse toda la maraña machista y también sexista que nos inunda desde que nacemos se le sigue haciendo el juego al patriarcado, aunque nos pronunciemos en contra de la violencia que se nos ejerce (mujeres, trans, lesbianas, travestis), porque como ya dije no solo la violencia nos marca en nuestras vidas, también los estereotipos, los ideales, la estigmatización, las expectativas que se cargan sobre nosotros y nosotras, la cosificación, y la naturalización del uso de los cuerpos sobre todo los de las mujeres para vender, o simplemente exhibir y también en estos casos me refiero a las niñas.
Cuántas personas he visto quejarse cuando Tinelli conductor argentino utiliza a las mujeres como mercancía, como producto y al otro día esas mismas personas están paradas frente a un escenario viendo desfilar en traje de baño a niñas de 8,9 o 10 años aplaudiendo como focas mientras suena una música de fondo que sigue usando el cuerpo de las mujeres como una “cosa” al servicio de los hombres. ¿Acaso esto no es lo mismo? Y peor aún porque estamos hablando de menores.
En esta sociedad que todo lo espectaculariza y lo frivoliza los cuerpos de las mujeres salen perdiendo y más aún los cuerpos de las niñas ¿qué se le pretende inculcar a una niña de 7 años que desfila en traje de baño? ¿qué estamos reproduciendo? ¿qué valores hay en juego ahí? Y tal vez lo más importante ¿qué consecuencias puede traer esto para las niñas? Y lo que escribo no es para señalar con el dedo a las personas que hay detrás de todo esto, lo hago para llevar a la reflexión, a debate un tema social, cultural e histórico.
Frente a estos temas también me surge por añadidura pensar en la relación de nosotras las mujeres con nuestros cuerpos. ¿Por qué las mujeres somos tan duras con nosotras mismas? ¿por qué competimos entre nosotras? ¿por qué nos cuesta tanto querernos o aceptar nuestros cuerpos naturales? Tal vez el sistema, tal vez la industria de la publicidad, tal vez el machismo, tal vez el patriarcado, tal vez todo es lo mismo. Estas y otras preguntas las planteo a modo de repensarnos y repensar el mundo, pero en lo que quiero hacer hincapié es en el tema de las niñas y todas las mujeres en algún momento fuimos niñas, y si señoras y señores es allí donde todo comienza.
Desde que nacemos un médico (generalmente) le dice a nuestra madre ¡es una niña! Así se define nuestro género y así salimos a la sociedad con toda una montaña de roles y expectativas metidos en nuestros pañales, desde que nos visten de rosado, nos ponen caravanas, nos hacen sonreír todo el tiempo para agradar, porque la simpatía en las mujeres es fundamental para caerle bien al machito que tenemos enfrente ya que como buenas señoritas parece que no nos podemos enojar y que nuestro deber siempre será soportar porque el mundo es así y nosotras no tenemos que molestar. Por el contrario, tenemos que gustar calladitas y simpatiquitas desde chiquitas.
¿Qué mejor forma de adoctrinarnos que armando concursos de “belleza” desde que aprendemos a caminar en adelante? Detrás de estos concursos no hay (a mi entender) ningún valor positivo y menos cuando de niñas se trata. Retomo las interrogantes que plantee más arriba ¿qué inculcamos? ¿qué reproducimos? Un valor que queda claramente a la vista es la competencia valor claramente capitalista, también la valoración del cuerpo por encima de todo lo que nos constituye como seres humanos complejos y únicos que somos, se sigue fomentando el ideal de belleza femenino impuesto por los medios de comunicación, por la publicidad, por el cine, por Tinelli, mujeres delgadas, rubias por lo general, altas, delicadas, elegantes y simpatiquísimas ¿y las que ahí no entramos? Nadie piensa en el sentimiento de frustración que esto puede llegar a despertar en niñas de 7 u 8 años, los conflictos con nuestro cuerpo con el cual tendremos que convivir toda la vida, nuestros sentimientos de extrañeza con nosotras mismas, el pensar en vivir a dietas por encajar en esos casilleros que se nos muestran como los únicos aceptables, y estas imposiciones se comienzan a construir en nuestras mentes desde la niñez. Esas niñas deberían estar jugando, creando, paseando o divirtiéndose, viviendo vidas de niñas, no formando parte de un espectáculo que creamos los adultos porque no se nos cae otra idea de la cabeza que llevar nuestro pútrido mundo al de los niños y niñas o porque para muchos y muchas es divertido o porque se naturaliza que las mujeres desde la niñez somos objetos para exponer y donde los demás pueden calificarnos y opinar libremente sobre nuestros cuerpos.
Pero ¿qué tiene que ver esto con el género y el machismo? Mucho.
Primero por todo lo expuesto anteriormente, hay ciertos mecanismos que esta sociedad machista y patriarcal que se nos escurren en la vida sin darnos cuenta el trasfondo que eso conlleva y quien escribe hoy no es una mujer de 24 años sino una niña la cual participó de esos desfiles en su niñez y hoy entiende el daño que le hicieron.
Segundo por un tema bien complejo y que poco se habla que es la hipersexualización de la niñez que consiste en enfatizar el valor sexual de la persona por encima de cualquier otra cualidad definitoria. Esta tendencia se extiende con trágica rapidez a la infancia, acabando con ella. En el 2001, el informe Bailey define por primera vez el concepto de hipersexualización infantil como “la sexualización de las expresiones, posturas o códigos de la vestimenta considerados como demasiado precoces”. En este informe se condena el uso y la sexualización de los niños, y en especial de las niñas como medio para vender determinados productos que van desde juegos, comidas, muñecas, ropa, hasta casas, coches, joyas, viajes, etcétera. Esta sexualización resulta, además de excesivamente precoz, innatural e insana para su desarrollo. Fuente (https://www.webconsultas.com/bebes-y-ninos/desarrollo-infantil/que-es-la hipersexualizacion-infantil).
Este tema mucha gente lo desconoce y peca por ello, y no quiero ser trágica, pero esto acarrea muchas aristas que últimamente nos están pasando factura como sociedad, desde los casos de Brisa y Valentina hasta casos de suicidios por bullying en la infancia. Los niños y niñas son uno de los sectores más vulnerables y lamentablemente este mundo está muy enfermo, a la hora de dejar que nuestros hijos tengan redes sociales, a la hora de permitir que desfilen en ropa interior, a la hora de dejarlos solos en las calles, los estamos entregando a un mundo que ellos y ellas desconocen, que no tienen formas de defenderse porque simplemente no tendrían que estar ahí solos; y cuando me refiero a los casos de feminicidio de las niñas lo hago a modo de ejemplificar como hay tipos tan hijos del patriarcado que llevan la hipersexualización a grados atroces como violar y asesinar a niñas o generar redes de pedofilia y trata.
En síntesis no estoy pidiendo que encierren a sus hijos en sus casas y no puedan salir más, estoy hablando de estar los más presentes que se pueda, de dejarles que vivan sus vidas de niños que no se salten etapas porque eso deja huellas muy profundas, y sobretodo que enseñen a las niñas a amarse, cuidarse, respetarse ellas mismas como son y respetar a su compañerita, que el amigo que la pelea no gusta de ella porque eso sería asumir que quien me quiere me va a hacer mal y seria también sexualizar una relación de dos niños que ni siquiera saben lo que estar de novios. Enseñemos a respetar, a disfrutar, a ser cordiales y saquemos nuestras mentes adultas y podridas de sus vidas, aprendamos más de ellos que detrás de esa inocencia hay una gran sabiduría tal vez perdida en nosotros.